domingo, 18 de agosto de 2013

Enemigo mío.

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Buenas tardes. Me llamo Antonio Hernández y les doy la bienvenida a Santa Jocosa de la Chumbera. Una pequeña pedanía de algún municipio de Soria. Solamente hay un habitante en Santa Jocosa, yo. Bueno, yo… y el otro. Pero como habléis con el otro , no habléis conmigo. 
No se sorprendan ustedes por eso. En todas partes hay rencores entre personas, aunque éste es entre familias. Y en particular, éste es uno de eso que se han estado cocinando durante generaciones. Un rencor que va mimando poco a poco un padre para que lo herede su hijo. En casa tengo documentos que atestiguan que ya existían enfrentamientos en nuestras familias desde la “Guerra de Sucesión”. Durante mucho tiempo esto nos ha traído un sinfín de problemas. Ahora, eso sí, aquellos que se han producido por las actuaciones de nosotros, los Hernández, han sido todos justificados, y aquel que diga lo contrario, miente como un bellaco. Son los Fernández, esa pandilla de malnacidos, con su manía de hacernos la vida imposible, los que han estado haciéndonos sufrir injustificadamente durante muchos años. 
Recuerdo que el abuelo Jacobo tenía la necesidad de pasar por las tierras de los Fernández con sus cabras para poder llegar a los pastos que había al otro lado de la finca. El abuelo reclamaba su derecho de paso. La Ley le defendía porque ese camino que utilizaba, aunque sólo lo utilizara él, siempre fue un sitio de paso. De paso para sus ovejas. Al menos es lo que contaba él, si bien no recuerdo que pasara por allí nadie más. Es más, cuando mi madre me mandaba llevarle el almuerzo porque se lo había olvidado en casa, yo marchaba por el camino que bordeaba el río. Pero el abuelo se justificaba diciendo que las cabras no debían pasar cerca del rio, que era muy peligroso. No lo entendí nunca pero el abuelo sabía mucho de esas cosas. Bueno, al final las cabras tuvieron que ir por el camino del río porque un juez, que era amigo de los Fernández, lo dijo y envió a la Guardia Civil para que el abuelo se enterara. 
También mi padre tuvo de las suyas con los Fernández. Siempre estuvo reclamando que ellos habían invadido nuestras tierras, y que el vallado de su finca no estaba donde debería. Así que el tenía un plana para devolver las tierras a nuestra propiedad. Todas las noches movía los postes de las vallas así conseguía varios metros cuadrados por noche. Claro que un día apareció la Guardia Civil y todo volvió a estar como estaba. 
Fíjense que hemos estado enfrentados, y de que manera, que durante las guerras carlistas, mi tatarabuelo estaba en el bando de los absolutistas, apoyando al rey Carlos María Isidro, y ellos en el bando de los liberales. Mi abuelo luchó con los nacionales y su abuelo materno con los rojos. Si bien, éste tuvo que exiliarse cuando acabo la guerra, creo que acabó al final en Cuba con Fidel. Cuando falleció el Generalísimo, que el Señor lo tenga en su gloria, ellos apoyaron a los socialistas, malditos rojos, mientras que nosotros estuvimos siempre con don Manuel Fraga. 
El caso es que, con las desgracias que trajeron los Fernández y su “democracia” Santa Jocosa de la Chumbera se quedó vacía. Nadie quería trabajar la tierra, ni cuidar el ganado ni nada. Decían que querían vivir de verdad. Que aquí no había nada para su futuro. Que esto era parte del pasado. Vamos, como si nosotros no hubiéramos tenido una vida. Lo que eran unos golfos que sólo pensaban en divertirse en las discotelas esas, en las drogadina y en las fiestas. Como si aquí no hubiera fiestas. Lo que querían es vivir sin trabajar. Bueno, el caso es que el pueblo se fue quedando sin gente. Los jóvenes se llevaban a sus mayores a la ciudad y aquí sólo nos quedamos el último de los Fernández y el último de los Hernández de Santa Jocosa de la Chumbera.
El otro y yo seguimos con nuestras cosas hasta que ocurrió algo horrible. Ocurrió algo ue cambió totalmente nuestra relación. Verán, lo peor que se te puede hacer un enemigo “histórico”, un enemigo al que has estado enfrentándote tanto tiempo, alguien a quien has estado cultivando tu odio durante toda tu existencia. Vamos, un odio como de la familia. Lo peor que te puede hacer es salvarte la vida.
Estaba arando por el linde de la finca, vigilando que movimientos había por la hacienda del Fernández. Había aparecido en el trayecto que llevaba el tractor un agujero enorme. Como estaba más pendiente de lo que hacía mi vecino que de lo que tenía entre manos el tractor metió la rueda en el hoyo. Volcó el vehículo agrario y me tiró al suelo, pero con tan mala suerte que la pierna izquierda se quedó atrapada entre el suelo y el tractor. No podía moverme de ninguna manera ni tenía forma de pedir ayuda.
El Fernández, que mira por donde, hacía honor a nuestra relación, me estaba vigilando. Al ver lo ocurrido corrió a socorrerme, pese a mis protestas por haber invadido mis tierras. Él me llevó al hospital y allí me curaron.
Ahora tenía un enorme problema. ¿Cómo podía odiar a la persona que me había salvado la vida? Pues lo odiaba, y lo odiaba mucho más que antes. Ahora, además le debía la vida. Esta situación era el colmo de la frustración. No podía atacarle ni hacerle nada por el estilo. ¿Cómo podía hacer que todo fuera como antes? Podía conseguir que estuviera en peligro de muerte y yo rescatarle, así estaríamos igual. Pero eso no sería suficiente, yo siempre sabría que sería real.
Para salir del atolladero decidí que yo debía estar siempre pendiente de él. Para poder actuar como correspondía, salvarle la vida, y una vez salvada, hacérsela imposible. Esto era una mancha en la historia de mi familia. Tantos años de enfrentamiento para que el último de los Hernández de Santa Jocosa de la Chumbera tena que velar por la vida del último de los Fernández.
Así que estaba todo el día detrás del Fernández, por si le pasaba algo peligroso. Pero lo que pasó fue que la Guardia Civil apareció por casa porque, según él, estaba “acosándolo”. ¡Acosándolo! Lo que estaba era velándolo. Antes sí que lo acosaba, pero ahora no. Y así me lo agradecía. Total, que mi objetivo se ponía cada vez más difícil.
Lo único que podía hacer era vigilarlo de lejos, con un telescopio que compré. Hasta que buen día llegó el cartero y le entregó un carta certificada. Al leerla, el Fernández empezó a dar saltos de alegría. Si hasta besó al cartero. Al día siguiente apareció delante de mi puerta. Otra vez se metió en mis tierras sin permiso. Quería decirme que había heredado una finca enorme en Argentina. Que se lea había dejado su abuelo, el rojo, el que se exilió después de la guerra que acabó dando con sus huesos por el hemisferio sur. Y me dijo que se iba. Que estaba harto de tanta tontería de rencores viejos. Que me daba sus tierras. Y que me fuera a la mierda. Me dejó solo en Santa Jocosa de la Chumbera.
Yo ni me despedí. Lo eché a patadas de mis tierras. Pero ahora me resultaba imposible poder cumplir con mi objetivo. Que iba a hacer yo ahora…
He estado en casa encerrado durante varias semanas cavilando. Hasta que ya he encontrado una solución. Se creía el Fernández que se iba a librar de mí tan fácilmente. Tengo un billete de lotería que va a tocar y entonces…. Ja. Ja. Ja. Ja......Seguiré acosándolo. Ja, ja, ja, ja,…Ya lo alcanzaré....Ju.Ju.Ju.Ju....Ya veran ustedes.....Ja.Ja.Ja
Fernando Santana de la Oliva
Agosto de 2013