miércoles, 7 de noviembre de 2012

Estoy muy asustado

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Estoy muy asustado.
Tengo miedo… Tengo miedo de entrar en mi casa.
Hay un monstruo en mi casa. Un monstruo que he creado yo.
Allí hay una cucaracha. Sí, no penséis que estoy loco. Allí hay una cucaracha que me da mucho miedo. Creeréis que tengo que tener un problema si tengo miedo a entrar en mi casa por una cucaracha. Pues tenéis razón. Tengo un problema. Mi problema es esa cucaracha.
Pero primero, os tengo que contar de que manera he llegado a esta situación para que lo entendáis.
Todo empezó un lunes cuando volvía de trabajar y encontré en casa una cucaracha, una “hermosa” cucaracha. Levanté el zapato para aplastarla, pero recordé en ese momento una película. Una película para niños, en  la que un robot adoptaba y cuidaba a una cucaracha como mascota. Y me apareció divertida la idea, la idea de tener una mascota especial. Yo no quería tener un gato o un perro, ni aunque fuera de esos raros como un “yorkshire terrier”, o un “cocker spaniel inglés” ni ningún perro de esos de “marca”; ni si quiera algo exótico como una serpiente ni nada por el estilo. Una cucaracha, eso sí que es original. Además como vivía solo sin nadie a quien dar explicaciones. Decidí adoptarla como mascota
Pues eso, como decía, aparté el zapato y le tendí la mano izquierda en el suelo, y ella se subió a la palma. Subió por mi brazo haciéndome cosquillitas hasta el hombro. Allí paró para mirar alrededor, y después se encaramó encima de mi cabeza. Después la bajó por el otro brazo y la dejé en la encimera de la cocina con la mano derecha. Hice una casita para ella con una caja de zapatos donde guardaba unas zapatillas de deporte viejas que ya no usaba. Era encantadora.
La relación entre nosotros pasó de “dueño” y “mascota” a algo más serio. Sí. Empezamos a tomar cervezas juntos. Yo en una jara, la cucaracha en un dedal. Y como bebía. En el tiempo que yo tardaba en tomarme una jarra ella se había tomado veinticinco dedales, y no sé si lo habéis intentado, pero beber cerveza con un dedal… emborracha. Y las cucarachas tienen mucho aguante. También charlábamos mientras bebíamos y veíamos la tele. Bueno. No lo he dicho aún pero sí, hablaba. Hablaba mucho, sobre todo cuando bebía. A veces iba a la ventana y empezaba a gritar “¡Eh! ¡Tú! ¡Pajarraco!, ¡Ven si tienes lo que tienes que tener!”, entonces llegaba un golpe de viento y se caía por la ventana, pero volvía a subir por la fachada sin problemas. No se rompía. Es lo que tiene ser una cucaracha. Y también cantaba, vaya si cantaba. “la cucaraaaacha, la cucaraaaacha, ya no puede caminarr....” claro que no puede caminar, si no para de beber. Si con dos dedales bebía más líquido que su propio volumen, con veinticinco….y no iba al baño.
También salíamos por las calles de fiesta. En la discoteca también la liaba gorda.  Mientras estaba sentado en un taburete junto a una mesita, encima de la mesita se ponía a bailar. Lo hacía muy bien con la Macarena y el Aserejé. Pero cuando aparecía otra cucaracha cerca se envalentonaba y se ponía a provocarla en plan poligoreno. Buscando pelea. Tuvimos que ir dos veces al veterinario de guardia.


Aunque le gustaba beber también tenía otras virtudes. Una mañana me desconcertó mientras se aseaba. Ya sabéis, lavándose las antenas con ayuda de las patitas. La oigo recitar “Vivo sin vivir en mi, y en tal alta vida espero, que muero por que no muero”. Eso fue bastante sorprendente.
Así iba nuestra vida hasta que una mañana de domingo, llamaron a mi puerta. Abrí y allí había un señor vestido de uniforme de Coronel del Ejército Americano y empezó a hablarme en inglés, en inglés americano: “Hey, what’re u doing here? Get out!” a lo cual yo le contesté con un comentario que le hacían entender mi cualificación en la comprensión del idioma británico. Fue algo así como “¿mande?.. Mi mascota apareció en ese preciso momento. La vio el coronel. Puso cara de asco y fue a pisarla. Yo grité ¡Noo! Pero fue tarde. En un santiamén, la cucaracha se había zampado a ese señor de un bocado. Fue algo increíble, en un momento estaba el coronel y después, sólo la cucaracha.
Entonces subió al rellano de la escalera un vecino del edificio y me preguntó si había pasado un  Coronel del Ejército Americano, me explicó que era su padre. Le miré, miré a  la cucaracha y le dije “Se lo acababa de comer la cucaracha.” No me creyó. La verdad, yo tampoco me lo habría creído. Me miró como si yo estuviera loco y siguió subiendo sin perderme de vista.
La cucaracha se llevó una semana sin comer, pero sí que dejó muchos desperdicios por la casa. No lo he dicho todavía, pero la cucaracha tiene nombre. Nombre y apellido. Don Diógenes Curiana. Y sí, sí hace honor a su nombre. Tengo toda la casa llena de basura, de cosas que recoge por ahí.
Debido a que la caja con la que le había hecho su habitáculo la utilizaba para guardar unas zapatillas de deporte viejas que ya no usaba, estaba impregnada de olor. Un olor que le encantaba.
Empezaron a aparecer en casa zapatillas de deporte rotas que habían sido tiradas en la basura. Las había traído la cucaracha. El olor le gustaba mucho y empezó a coleccionarlas. Las tenía de todo tipo: grandes, chicas, de baloncesto, de running, de tracking, de tennis, de ballet, hasta tenía unas zapatillas de las que usan los ciclistas pero , para una bicicleta estática. Aquello parecía como si un tráiler del Decathlon hubiese caído al mar, lo hubiesen rescatado y hubieran traído a mi casa todo lo que no pudiesen aprovechar.
Al día siguiente de la “desaparición” del coronel del ejército americano, llamaron a la puerta de casa dos policías uniformados. Me preguntaron por la desaparición del Coronel. Yo les respondí la verdad. Que se lo había comido una cucaracha. Después me preguntaron si les estaba vacilando. Les dije que no. Después me preguntaron si estaba viendo regularmente a algún psiquiatra. Les dije que estaba pensando en hacerlo. Después preguntaron si podían entrar a echar un vistazo en mi casa. Les dije que podían pasar. Una vez dentro, al ver la cantidad de zapatillas rotas y viejas que tenía me preguntaron si tenía el síndrome de Diógenes. Les contesté que yo no, pero que Diógenes seguramente sí. Después me volvieron a preguntar si les estaba vacilando otra vez. Les volví a decir que no. Pero como tenía puesta la cara de “estoy diciendo la verdad” preguntaron “¿Quién es Diógenes? Y no me vayas a decir que era un filósofo griego”.
- No.- contesté- es la cucaracha, que ha salido. Probablemente a por más zapatillas.
Ahí fue cuando se hincharon las narices. No aguantaron más impertinencias. y se fueron. Me dijeron que volverían, a lo cual yo respondí con un respetuoso silencio. Juzgarían que estaba loco de remate, probablemente acertaron en su juicio, y me dejaron solo en casa. Bueno, solo y con las zapatillas.
Cuando dije antes que me daba miedo, me refería a que no me atrevo a llevarle la contraria. No vaya a ser que me devore a mí. Ya me ha amenazado. Desde que descubrió la ginebra ha ido el problema “in crescendo”. Whisky, ron, Bourbon, vodka, tequila, absenta… Después probó el hachís , la cocaína, el caballo, el Speed…  Ha llegado a probar el LSD, se pintaba el culo con un rotulador fluosforescente y decía “Soy una luciérnaga, sooy una luciérnaga” . Podría aprovecharme de su estado y aplastarla con el zapato, pero con las cosas que toma no sé si me va a confundir con algo comestible, o peor aún, con una zapatilla de deporte.
Estoy muy angustiado. No sé que puedo hacer y ahora tengo mucho miedo a volver a casa, porque me ha dicho algo que puede ser aún mucho más horrible.
¡Quiere tener familia!
Así que ya veis. Estoy asustado por culpa de una cucaracha borracha, drogadicta, fiestera, que colecciona zapatillas de deporte y que se ha comido un coronel del Ejército Americano.
Ahora voy a ir a casa a ver que nueva sorpresa me ha dejado en casa. Probablemente sean unas zapatillas.

FIN

Fernando Santana de la Oliva
septiembre de 2012.