domingo, 29 de julio de 2012

Cuando la abuela murió

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Cuando la abuela murió by Fernando Santana de la Oliva is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.


     Mucha gente conoce la historia del jardinero de Persia que le dijo aterrorizado a su príncipe “He visto a la muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza. Esta noche desearía estar en Damasco.” El generoso príncipe le cedió su caballo para que huyera. Después se fue al mercado. Allí encontró a la muerte y le recriminó “¿Por qué has hecho un gesto de amenaza a mi jardinero?”, y la muerte le contestó “No era un gesto de amenaza, sino de sorpresa por verlo aquí, ya que tengo esta noche una cita con él, allá en Damasco”.
     Los griegos, en su mitología, hablaban de las tres Moiras: Cloto, la hilandera, que hilaba la hebra de la vida; Láquesis, la que echa a suertes, medía el hilo de la vida de cada uno, y Átropos, la que con sus tijeras cortaba el hilo. Esta última era la muerte.
     Un dicho antiguo dice que la muerte está tan segura de ganarnos la batalla que da toda la vida de ventaja.
     Esta historia habla de una muerte. La de Mariana, y de la rebeldía de su nieta María con lo ocurrido.
     Mariana vivía desde el fallecimiento de su esposo, cinco años antes, con su hija, su yerno y su nieta María. Aunque Mariana no estaba muy convencida de querer residir en la misma casa que su hija porque pensaba que sería una carga para ella Que aún ella se podía valer por sí misma y no necesitaba la ayuda de nadie. Pero la decisión ya estaba tomada cuando murió su marido. Su hija no iba a dejar que viviera sola y consiguió convencerla de que se fuese a vivir con ellos. Desde entonces nieta y abuela habían estado muy unidas. Esto facilitó mucho la integración de Mariana en la casa.
     Después de clase, María siempre iba a recoger a la abuela al centro de mayores. Era el sitio donde Mariana solía pasar las mañanas. Ese lugar donde estaban los viejos y las viejas contando sus batallas, sus aventuras y sus ligues, tal y como Mariana comentaba muchas veces a su nieta. Aquel era un sitio donde una novedad era el cambio de peinado de alguna cuidadora, o el estado del tiempo, o lo guapo que se estaba poniendo algún nieto, o el fallecimiento de alguien. Siempre planeaba la sombra de la muerte en el centro de mayores.
     María tenía catorce años, era una buena moza, como le decían los viejos del centro de mayores. Esos a los que la abuela mandaba callar.
     Cuando la abuela se sentía con ganas, María y ella, solían volver a casa caminando, o en autobús si llovía o si Mariana no se encontraba bien para caminar. Ese era un momento íntimo que María y Mariana compartían todos los días.
     Ella quería mucho a su abuela, le contaba cada detalle de lo que le había pasado en el instituto, las bromas de sus compañeras, las habladurías sobre noviazgos, si le gustaba algún chico... Era su confidente y le daba muchos consejos, pero desde el punto de vista de una anciana que no entendía cuando le hablaban del Facebuc, el Interné o el guasa.
     Mariana tenía sus recuerdos. Toda una vida en la que había adquirida sabiduría. Ese conocimiento que tiene el diablo por viejo, más que por diablo. Contándole cosas que recordaba, ayudaba a su nieta a “sobrevivir” en la jungla de hormonas por la que pasaba una adolescente.
     El día que ocurrió la desgracia María estaba viendo la televisión con su abuela. Estaban las dos concentradas en el aparato de televisión. María escuchó que su abuela le decía algo, aunque no la entendió y le contestó sin apartar la mirada de la pantalla.
     -Vale abuela, ahora te pongo la novela.
     Unos minutos después, María se percató de que su abuela no hacía ningún ruido, no escuchaba esa respiración forzada que tenía normalmente, ni sus típicos ronquidos de la hora de la siesta. Dirigió la mirada a su abuela. Tenía abiertos los ojos pero no miraba. Tampoco respiraba. No se movía. Algo en su interior le decía que su abuela ya no estaba allí.
     Se levantó, se acercó a ella y se quedó delante, mirándola. Escrutando en el fondo de sus ojos.
     - ¡María! ¿Ha empezado la novela?- preguntaba su madre desde la cocina.
     Pero María seguía mirando sin pestañear a su abuela.
     -¡María!¿No me oyes?- insistía su madre.- ¿No escuchas cuando te llamo?- preguntaba mientras caminaba desde la cocina al salón.- ¡Oye! ¿Qué es lo que pasa?- Entró y vio como estaba su madre.
     - ¿Mamá? María, ¿qué le pasa a la abuela?, ¡María!- Empujó a su hija y agarró por los hombros a su madre, la sacudió mientras le gritaba.-¡Mamá!¡Mamá! ¿Qué te pasa?¡Contesta!.- El nerviosismo le estaba atacando por momentos. María se había apartado y se refugió en un rincón del salón. Acurrucada pero sin dejar de mirar esos ojos sin vida. Ahora estaba asustaba.
     -¡María! Llama a emergencias. Que venga una ambulancia.- Le ordenó su madre, pero María no escuchaba. Su madre dejó a la abuela y llamó ella misma.

     Más tarde, un médico certificó la muerte de la abuela. Un infarto fulminante. No se podía haber hecho nada. Aunque Mariana tenía sus achaques, el doctor del centro de salud siempre le decía a su hija que su madre iba a durar mucho tiempo.
     Un psicólogo habló con la madre para calmarla. Después intentó hablar con María, pero todo lo que probó fue inútil. María seguía mirando a su abuela, incluso cuando se la llevaron continuaba mirando al sillón donde había fallecido Mariana. La mente de María estaba en algún otro sitio. No reaccionaba a lo que le decían. Parecía que estuviera en otro mundo lejos de allí.
     Aquel día no habló con nadie. Ni siquiera comió nada. Se fue a su cuarto porque no tenía ganas de ver a nadie, ni de escuchar a nadie, ni siquiera deseaba conectarse a internet para ver el facebook o el twitter, como hacía todas las noches antes de acostarse. Hasta apagó el móvil. Se tumbó en la cama, pero no se durmió. Seguía viendo esos ojos. Esos ojos que miraban mucho más allá que cualquier cosa de este mundo. Que miraban la muerte, pero que no tenían ni sombra de miedo, sino de lucidez. Como si supiera que es lo que estaba pasando exactamente.
     Al final, el cansancio del día le venció. Se durmió y soñó.
     Se encontraba en una habitación verde que tenía una luz que no se veía de donde procedía. Había dos figuras difuminadas, una junto a la otra. La primera la sentía amistosa, pero la otra le provocaba una total desconfianza.
     -Hola cariño- le dijo la figura amigable
     -¿Abuela?- preguntó María.
     - Sí, mi niña, soy yo.
     - ¿Quien está contigo?
     - Es una vieja amiga mía.
     - No me fío de ella, abuela.
     - Pues es la única amiga que siempre ha estado conmigo. Hasta el final. Sé que siempre he podido confiar en ella.
     - Sigo sin fiarme de ella.- le advertía María sin dejar de vigilar a la otra figura.
     - Ya tendrás tiempo de conocerla.- le tranquilizó su abuela.
     Empezaba a aclarase las imágenes pero de la otra figura sólo veía una gran capa negra, no conseguía identificar quién o qué era pero sabía que la conocía. Dejó de mira a la figura negra y encaró a su abuela
     - ¿Por qué te has ido, abuela? ¿Por qué me has dejado sola?.- le recriminó.
     - Porque ya me tenía que ir. No podía estar siempre aquí...
     - Yo no quería que te fueras.
     - Lo sé, mi querida niñita. Lo sé, pero debes confiar, confiar en ti, en ella.- dijo refiriéndose a su acompañante.- Ella también te acompañará siempre.
     -¡No quiero que ella me acompaña!- le gritó María a su abuela enfadada.- ¡Te quiero a ti.!
     - Te estás portando mal, tienes que intentar comprender que esto es así.
     - ¡No quiero comprender nada!
     Y se despertó gritando. Su madre llegó corriendo desde su cuarto y encontró a su hija llorando. La abrazó y la acunó diciéndole al oído:
     - Ya está. Ya pasó. Tranquila
     María se durmió en los brazos de su madre. Ésta la soltó y la arropó dejando que descansara, pero esta vez no soñó.
     El siguiente día, en el velatorio, pasó muy despacio. Los familiares y amigos fueron goteando por la sala para transmitir el pésame, o alguna que otra palabra de apoyo o de ánimo. Llegaron los dos únicos primos que quedaban vivos de la abuela. Uno en silla de ruedas, y otro apoyado en un bastón. Los tíos de María, que también eran hijos de Mariana, estuvieron todo el día por allí. También aparecieron los primos de María, los compañeros de trabajo de Papá y de Mamá, los vecinos...
     También apareció una señora mayor que no conocía nadie, ni tampoco era de las que veía en el centro de mayores cuando recogía a su abuela, pero que solamente habló con María.
     - Tu abuela te quería mucho.- le hablaba sentada junto a María en un sofá en el velatorio, aunque María no quería escuchar a nadie.- Decía que eras el gran hilo que había crecido de ella. - María no contestaba, miraba al vacío mientras la desconocida seguía hablando.- Tu abuela me conocía, yo le tenía mucho aprecio, y también la quería. Solía comentar que tenía una gran amiga que nunca le fallaba ni nunca le fallaría.- Hizo una pausa y le dijo.- Sé que lamentas mucho que se haya ido. Pero es parte de la vida. - Y le dio un beso en la mejilla.
     La desconocida se levantó y se fue. María seguía ensimismada hasta que su mente asumió la conversación de la desconocida. Se levantó y salió a buscar a esa mujer. Quería que le explicara quien era esa amiga, que sabía de ella. Pero no la encontró. Era como si la tierra se la hubiera tragado.
     Al final del día María estaba muy cansada de recibir abrazos, de escuchar consuelos y de hacer todas esas cosas que nunca se desean hacer, sobretodo porque son consecuencia de la muerte de un ser querido.
     Ese día cenó un poco porque su padre le había insistido mucho aunque no tenía nada de apetito. Se hubiera medido en la boca un filete, que fue lo que comió, una sopa o un plato de arena de la playa. Sólo quería que pasara el tiempo.
     Una vez terminado la cena se retiró a su cuarto. Continuaba con la mirada un poco perdida. Su madre no le perdía de vista porque estaba muy preocupada por la actitud de su hija. Nada más acostarse María se durmió, y soñó.
     Volvía a ver dos figuras, pero esta vez más nítidas. Una era su abuela, y la otra era alta, con una gran capa negra y con una guadaña en sus manos. Esta vez sí la identificó: era la muerte, La muerte acompañaba a su abuela.
     - ¡Abuela!- le temblaba la voz- ¡Es, es la muerte!
     - Sí querida.
     - Pero, pero...- balbuceó asustada.
     - Sí, y siempre ha sido mi amiga, una buena y fiel compañera.- la muerte giró su cabeza a la abuela y asintió.
     - ¿Cómo puede ser tu amiga la muerte?
     - Porque siempre está conmigo. Desde que nací hasta el final. No me ha abandonado. Siempre he sabido que estaba ahí. Eso ha hecho que tuviera una buena vida. Además, ella solamente corta el final del hilo de mi vida. Recuerdas lo que te contaba sobre la vida.
     María comenzó a recordar las cosas que le contaba su abuela. Cuando le decía que la vida de cada uno de nosotros era un hilo de un gran telar. Que los hilos de la vida se entrelazaban con los hilos del amor, esos que formábamos nosotros con los demás. Decía que las relaciones entre los seres creaban hilos que les daban mayor fortaleza a la tela. Había hilos malos, que no conseguían agarrarse, porque les faltaba amor. Pero otros conseguían agarrarse a todos los hilos que tenían cerca. Que siempre que nos veníamos abajo, alguien tiraba de un hilo y nos rescataba. También recordaba María que decía que cuando un hilo se cortaba, aparecía otro nuevo que hacía que la tela continuara.
     - La muerte es parte de la vida. Debes de confiar en ella, en que ella estará al final contigo.
     - Pero no puedo comprenderte abuela. Si ella es el final, como puedo confiar en ella.
     - Inténtalo, verás como al final lo comprendes. Sin la muerte, no hay vida.- decía mientras se iba alejando acompañada de la muerte.
     - ¡Abuela!¡No te vayas!
     - Adiós, mi querida niñita, te quiero mucho.- decía mientras su imagen se iba difuminando.
     Y María se despertó. Se despertó y lloró. Se desahogó llorando porque supo de verdad que su abuela se había ido. No lloraba por su abuela, sino por ella misma. Ahora ya no volvería a verla más. No volvería a hablar con ella. Ya no la consolaría más cuando tuviera problemas en el instituto. Ni siquiera cuando se peleara con algún chico o con alguna amiga. Ahora ya no la tenía con ella. Ahora empezaba a echarla de menos.

     El día del entierro fue más tranquilo. Se dejó llevar de casa al tanatorio donde un sacerdote dio un responso por el alma de su abuela. María no tenía claro si su abuela creía en esas cosas, pero
tampoco le iba a hacer daño algo así.
     Durante la oración miró hacia atrás desde la primera fila, y vio a muchísima gente que no conocía. Además de las personas que habían estado el día anterior, había muchas otras que no reconocía. Incluso creyó ver a la desconocida que había estado hablando con ella en el velatorio. “¿Tanta gente conocía a mi abuela?” Se preguntó, “bueno, también están los amigos de la familia, y algunos del centro de mayores, pero ... Aquí hay muchos más.”. Le sorprendía que tanta gente viniera a presentar sus respetos por última vez a su abuela.

     Ya en el cementerio no había tanta gente pululando. Solamente los más cercanos, sus padres y sus tíos, los hijos de la abuela.
     El entierro fue rápido. Una ceremonia que los trabajadores del cementerio repetían una y otra vez. Abrían el nicho donde iba a ser depositado el ataúd. Empujaron al fondo del nicho los restos que quedaban del marido de Mariana, que allí estaban, y metieron el ataúd en el hueco. Después lo cerraron con cemento.
     Sus padres se demoraron un rato haciendo las gestiones que quedaban pendientes antes de salir del camposanto.

     Cuando llegó a casa, se encerró en su cuarto. Su madre estaba desesperada. Ya no sabía que hacer con la niña. A ella también le dolía mucho haber perdido a su madre, pero era adulta y comprendía que tarde o temprano iba a ocurrir. Su padre intentaba tranquilizarla diciéndole “Dale tiempo. Ha de acostumbrarse a estas cosas.”.

     Por la tarde llegaron los primos de Australia. No había podido llegar antes porque la conexión de vuelos no se los había permitido, es más tuvieron que pasar un día entero en Sudáfrica hasta poder llegar a Madrid, y desde allí hasta la casa en tren. Venían de paso a estar un mes en la ciudad, pero lo primero era ver a la familia.
     Los primos de Australia traían consigo a un bebé de cinco meses, al que el viaje le había cansado mucho. Lo acostaron en el cuarto de la abuela. Cuando María salió de su cuarto a ver que era lo que pasaba, pasó por el cuarto de la abuela. “Acaban de enterrarla y ya están usando el cuarto” pensó enfadada María. Abrió la puerta y vio al crío durmiendo plácidamente en la cama. Se detuvo al ver a la criatura.
     Se acercó con curiosidad, ya se le había pasado el enfado. El bebé se despertó lentamente, sin hacer ruido. Abrió los ojos y miró a María. Ésta le devolvía la mirada. Miraba a través de esos ojos enormes que tiene los niños a esa edad, mirándolo todo con ojos que miran por primera vez. Se hubiera llevado mucho tiempo embelesada de no ser porque el crío soltó una risa escandalosa. Esa risa que se contagia, esa risa inocente que no es burla ni chanza, sino pura alegría. Esa risa hizo sentir a María en comunión con el bebé, que los dos formaban parte de algo más grande.
     Entonces comprendió el mensaje de su abuela. Todos somos hilos, hilos entrelazados en un gran lienzo que se extiende por el tiempo y por el espacio. Los hilos empiezan al nacer y terminan al morir, pero de nosotros surgen hilos que nos unen a los demás. Nosotros creamos y tenemos que hacerlos fuertes y duraderos. Por eso había tanta gente que conocía a la abuela, mejor dicho, que quería a la abuela. Ella había tejido durante su vida muchos hilos, había trenzado muchas hebras en el gran lienzo que es la vida. Comprendió también que la amiga de la abuela no era sólo la muerte. Que además de la cortadora de hilos, también era hilandera, que también ayudaba a crear hilos. Que era la vida misma, y todo lo que hay alrededor de ella.
     María empezó a llorar, a llorar porque no había tenido tiempo de conocerla más. Pero también porque ahora entendía la revelación que trataba su abuela de transmitirle.
     El crío dejó de reír, miró a María abriendo mucho los ojos y levantó su mano señalándole las
lágrimas.
     - No es nada. No es nada.- le decía al bebé amarrándole la mano con mucho cuidado. Su madre, que había escuchado la risa, había estado mirando lo que pasaba desde la puerta de la habitación, y también había empezado a llorar, pero de alegría al escuchar otra vez a su hija hablar. Su hija empezaba a tener contacto con el mundo de nuevo. Se acercó y la abrazó. María le devolvió el abrazo si soltar la manita del bebé.

FIN

Fernando Santana de la Oliva

julio de 2012

lunes, 23 de julio de 2012

El reverso del Universo (Capítulo 9)

(Dedicado a Douglas Adams)
Información recibida hoy a las 23:25
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Se han interrumpido las hostilidades en la guerra del planeta Xarax.
El motivo fundamental de la interrupción de las hostilidades ha sido la falta dinero y la necesidad de vacaciones de los guerreros. Así que se continuará dentro de un mes.
Estas acciones bélicas tienen su origen en la coalición de sistemas estafados por burbujas.
El proceso de estafa es el siguiente:
Con una gran campaña de publicidad, a través de televisión, radio, internet, etc. introducían en los habitantes del planeta a esclavizar la necesidad de entrar en la llamada "Unión de sistemas del cuadrante Xp6", ya que tendrían un mercado abierto y no restringido por la leyes interespaciales. Tendrían acceso a créditos baratos y podrían financiar todo lo que desearían. Importando los productos fácilmente, y con baratos canales de exportación. 
Poco a poco desde el planeta Xarax iba interviniendo más y más, con ayuda de los gobernantes del planeta,  en la economía del planeta a esclavizar. Las deudas del planeta hacían que facilitase la "Unión de sistemas del cuadrante Xp6" todo el control de su economía. Pero la Unión estaba totalmente controlada por un círculo de influencia procedente del planeta Xarax. 
Los puestos de poder del planeta a esclavizar se dirigían desde Xarax y fueron cambiando todo hasta que legalmente, los habitantes se convirtieron en esclavos. 
La Unión de sistemas del cuadrante Xp6 exportaba mano de obra barata fuera y conseguía grandes beneficios por el control que ejercía de los planetas. Además alentaban a los gobernantes a que crearan subdivisiones de poder para colocar a su familiares. Estas subdivisiones creaban más subdivisiones para ir colocando en pequeños puestos a familiares de familiares. Así llegó ha existir en un barrio un consejo de gobierno de una comunidad de vecinos que cobraba de la administración del planeta.
La casta gobernante del planeta esclavizado se fue sintendo Nobleza. Así, distinguiendose de los demás les resultaba más fácil despreciar a los otros habitantes del planeta y ayudar a esclavizarlos.

El origen del conflito se remonta al momento en que los habitantes de los planetas esclavizados es unieron. Pidieron ayuda al exterior de la "Unión de sistemas del cuadrante Xp6". Consiguieron financiación y ejércitos mercenarios que han estado luchando contra el planeta Xarax hasta ahora.
El motivo del cese de las hostilidades ha sido el fin de la financiación. Los sistemas del exterior al cuadrante Xp6 han llegado a un acuerdo con los gobernantes del planeta Xarax y han decidido que, la única manera de recuperar su inversión en esta guerra es explotando todos ellos, incluido el planeta Xarax,  a los esclavos del sistema.
Ahora mismo los ejércitos están de vacaciones. Dentro de un mes van a ayudar a la "Unión de sistemas del cuadrante Xp6" a dominar totalmente a los planetas rebeldes.
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Se ha conseguido aislar el gen contertulio.

Se ha establecido que este gen produce al individuo que lo posee que, cuando tiene un bolígrafo en sus manos, desee exponer su opinión sobre el tema que se esté tratando aunque realmente no le interese a nadie.
El siguiente paso de la investigación es conseguir anular el gen. Las televisiones de todos los planetas tienen grandes esperanzas en esta investigación, ya que no saben como acatar la expansión que existe en las programaciones de los contertulios. 
El método de inoculación que tienen pensado será regalar bolígrafos que transfieran la vacuna. 
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