miércoles, 25 de enero de 2012

Historia en un Bar

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A Enrique y a Juani,
por ser los padres de una gran familia

(basado en hecho más o menos reales)

Un bar es un sitio donde la gente se saluda, comenta hechos, bromea y demás cosas. Aunque realmente suelen ser una especie de segunda vivienda, con su aseo (suelen tener dos), con mesas y sillas, podemos beber y en algunos bares comer, podemos hasta ver la tele, etc. Pero además tenemos allí una segunda familia.

Se suelen encontrar segundas familias de hombres de mediana edad que, generalmente, se dedican a arreglar los problemas del país y los problemas de los clubes de fútbol. Pero el fin de semana hacen una piña delante del aparato de televisión viendo un partido.

Otro grupo de segundas familias que hay en los bares son los grupos de jóvenes que, alrededor de una cerveza o un café (que el dueño del bar no sabe como puede durar tanto), arreglan los problemas del instituto y hacen planes para el fin de semana, para el año que viene, y para el resto de sus vidas; bromean entre ellos y especulan sobre su potencialidad sexual. Curiosamente estos grupos también están delante del televisor durante el partido del fin de semana.

El barman (no confundir con un camarero cualquiera), si bien no tiene un poder reconocido, es el padre de una gran familia. Es, más bien, como un predicador que se preocupa de su rebaño. Si hay alguna disputa la soluciona aunque tenga que expulsar del bar a los implicados. O, si es necesario, sacando algún tema a debate para que el ambiente no decaiga. Para que no haya vacíos incómodos. Si hay algo que celebrar es el mejor anfitrión posible. El barman no está solamente para poner copas y cobrarlas. Los bares son prácticamente una institución. Y en los bares ocurren cosas: historias particulares, que, aunque no sean trascendentales, sí merecen ser contadas.

Una de estas historias ocurrió en un bar del barrio sevillano del Tardón. Los protagonistas fueron los miembros de una de estas segundas familias que normalmente paraban por este local. El barman, Quique, sabía como llevar su negocio. Controlaba la hora de llagada de cada uno, e incluso a veces nos recordaba que teníamos algo que hacer que no era estar allí. Entre los parroquianos estaba Jomané. Su nombre era José Manuel, pero con el uso se abrevió. Este señor (usaremos la palabra señor en su más amplio sentido) era una persona peculiar. Le había pasado de todo, al menos según él decía. “Yo he hecho de tó” sentenciaba cada vez que intentaba dar su opinión sobre cualquier cosa, intentando aparentar ser una autoridad en la materia de que se estuviera discutiendo. Decía que sabía hacer esto y aquello, aunque nadie le había visto trabajar en su vida. Solía comentar que él podía haber sido alguien en esta vida de no ser porque no había tenido un padrino y porque había gente que le tenía manía. La opinión más generalizada del resto del universo era, en resumidas cuentas, “que es mu' flojo”. Un día faltó a su cita habitual en el bar, y apareció el día siguiente diciendo que había estado de baja por depresión, porque había escuchado al alcalde comentar, cuando ganó las elecciones, que iba a poner a toda la ciudad a trabajar.

Otro personaje era Diego. Un hombre de unos cuarenta que era muy inocente y era víctima de muchas bromas. Un día un cliente le dijo “He visto a tu mujer con otro”. Diego salió corriendo del bar y volvió tranquilamente a los diez minutos y le gritó al cliente: “¡Qué no está con otro, coño!, que está con el mismo de siempre”. Era un hombre sufridor.

El día grande fue el diez de mayo de dos mil seis. El Sevilla Fútbol Club se enfrentaba al Middlesbrough F.C.(esto lo he tenido que buscar en internet porque no me acordaba del nombre del rival). El partido se iba a retransmitir por televisión. Un contertulio frecuente del establecimiento (José Luis, el palangana, le llamaban así porque era el más sevillista del mundo mundial, como decía él) se ofreció a traer su televisor para que todos pudieran ver el espectáculo. Íbamos a estar todos allí reunidos viendo una hazaña histórica.

Mientras esperábamos que empezara el espectáculo, bajamos el pequeño televisor que había en una esquina del bar. Estaba en una pequeña repisa colgada de la pared a dos metros de altura cerca de un enchufe.

Bajarlo fue fácil. Dejamos el hueco para colocar allí el aparato de televisión que iban a traer. Pero surgieron ciertas dudas:
- Oye, dos preguntas, primera:¿es muy grande el televisor?- preguntó un cliente.
- Creo que sí. Al menos eso me han dicho.- Contestó Quique, el barman.
- La segunda pregunta es: ¿va a aguantar la repisa?
- Claro, hombre, eso aguanta lo que le echen.

Aquí voy a hacer un inciso, no sé si se conoce el hecho de la exageración sevillana. Aunque en Sevilla se niegue por activa y por pasiva. Existe un tipo de exageración que roza la fanfarronería, y que se cree que por presentar un argumento muy “exagerao” se va a tener más razón.
Bueno, el caso es que cuando trajeron el televisor, éste efectivamente era grande. Si el otro fue fácil bajarlo, subir éste no iba a ser nada fácil. Realmente costó lo suyo. Recuerdo que fuimos tres los que aupamos el aparato mientras el barman, Quique, lo guiaba con la manos hacia la repisa. Una vez encima, lo ató con una cuerda; no fuera a resbalarse. Cuando se bajó, manifestó con toda la autoridad de un profesional:– Eso no se cae ni en un millón de años.

El problema que tienen las cosas es que, ni las exageraciones, ni los argumentos de autoridad pueden hacer grandes efectos contra la fuerza de gravedad. Efectivamente, cayó. La repisa no aguantó. Y hacia el suelo, el televisor se precipitó.
Cuando pasan estas cosas siempre le sigue un respetuoso silencio. Todas las personas giraron sus cabezas para ver como el televisor dejó de ser televisor y pasó a ser ... chatarra sería una buena palabra para definirlo. Lo único que quedó reconocible fue el enchufe.
La hija del barman fue la única que en ese momento reaccionó. Cogió el televisor pequeñito, lo colocó encima de una mesa y lo enchufó. El partido acababa de comenzar.
Quique, el barman me cogió, me llevó aparte y me preguntó:

– ¿Tienes aquí cerca el coche?
– Sí, claro. ¿Por qué? - contesté confuso.
– Vamos ahora mismo a compra una tele.
– ¿... y el partido?
– ¿En tu coche hay radio?
– Sí, vaale. Venga, vámonos, pero rápido.

Tengo que decir en este punto que, si bien la mayoría de los que estaban allí eran sevillistas, el Jomané y yo eramos los únicos parroquianos seguidores de ese otro gran club de fútbol que hay en la ciudad que es el Betis. Digo esto para poner de manifiesto que fue un sacrificio para mí (el bético siempre ha sido víctima de las circunstancias).

Mientras la mujer del barman, Juani, la Barwoman, se hizo cargo de la barra, Quique, el barman, y yo gogimos el coche y pusimos rumbo al hipermercado más cercano. Quique, el barman, conectó la radio antes incluso de arrancar el vehículo. Cuando estamos pasando por el puente un centro de Alves al punto de penalti lo remata Luis Fabiano de cabeza y marca. La radio grita :”¡Goooooool!¡Gol!¡Gol!...” los coches que están alrededor de nosotros comienzan a pitar. Quique, el barman, mete la mano delante mía y toca el claxon como un loco mientras grita “¡GOOOOOOL! - casi me deja sordo del grito.

Llegamos rápidamente al hipermercado. Corriendo cogemos un carro y nos vamos volando a la zona de los televisores. Quique, el barman, se quedó paralizado viendo el partido en veinte televisores a la vez (a cual más grande). Sería en ese momento el minuto treinta y cinco o el cuarenta de la primera parte. Todo el mundo que estaba allí estaba más pendiente del partido que de comprar. Le pregunté a Quique, el barman, que televisor íbamos a comprar y seguía embobado con el partido. Afortunadamente era el único bético que estaba por allí y en ese momento no estaba tan pendiente del partido. Cogí fuera de juego al vendedor que estaba atendiendo a otros clientes, pero como estos- debían de ser sevillistas- no estaban por la labor, ni tampoco los que estaban en la cola, sino más bien por el partido; me colé y compre el televisor (nota: con el dinero de Quique, el barman, que soy buena gente pero no para tanto).

Tuve que esperar a que acabara la primera parte para sacar de allí al barman, Quique, y volamos de vuelta al bar. Una vez allí nos encontramos que había empezado la segunda parte. Unas treinta personas estaban perfectamente colocadas delante de un televisor de catorce pulgadas. Una imagen extraordinaria. Las personas se pueden llegar a organizar de forma natural para poder ver un partido de esa manera. Los más pequeños delante, los mayores detrás. El aparato lo habían subido a una silla que habían colocado encima de la mesa. Estaban animando de una forma un tanto ridícula porque todos tenían la cabeza a la altura del televisor, algunos agachados y otros de puntillas, pero agitando los brazos para animar.

Cuando cruzamos la puerta con el aparato de televisión todo fueron vítores y aclamaciones. Esta vez pusimos la tele encima de una mesa – aunque también la ataron por si acaso. Ya más tranquilos – bueno, el que estaba más tranquilo era yo que no era sevillista- pudimos ver como el Sevilla F.C. goleaba al Middlesbrough FC. Maresca marcó el segundo en el minuto setenta y ocho y el tercero en el minuto ochenta y cuatro. El cuarto y último lo marcó Kanouté en el ochenta y nueve, ya al final del partido.

La celebración duró hasta bien entrada la noche. Esa noche me tocó aguantar muchas bromas – eso pasa por ser bético y estar rodeado de sevillistas en plena celebración, aunque mereció la pena.

A la mañana siguiente Quique, el barman, volvía a abrir. Empezaba un nuevo día con alguna nueva historia digna de comentar delante de una cerveza apoyando el codo en la barra de un bar.

Ah, un detalle, el televisor vino a recogerlo José Luis el Palangana cuatro días después, cuando se acordó de él.

FIN

Fernando Santana de la Oliva
diciembre de 2011


Los nombres de los clientes del bar no son reales.