lunes, 3 de octubre de 2011

Un buen chico

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Hace tiempo me encontré con una persona que hacía mucho tiempo que no veía. Después de despedirme, recordé algo que le pasó a un amigo cuando yo tenía ocho años.
Mi amigo se llamaba Luis. Era mayor que yo algunos meses. Él era un chaval muy seguro y muy divertido. Lo pasábamos en grande haciendo travesuras: Solíamos llamar a las puertas de las casas y salir corriendo, y nos reíamos cuando escuchábamos los gritos de los vecinos protestando. Gastábamos bromas por teléfono, o molestando a los perros, aunque muchas veces yo también era objetivo de sus bromas, tal vez demasiadas veces. Nos divertíamos mucho.
El día que Luis vino a mí. asustado, no podía creérmelo. Él, asustado. Siempre estaba muy seguro en todo lo que hacía. Me empezó a contar una historia que parecía increíble.
Me contó que una semana antes había estado por el campo con la bici. Que se había ido muy lejos del pueblo y que cuando se dio cuenta era casi de noche. Decidió volver a casa andando porque con la poca luz que había, no veía bien y su bici no tenía luz (la dinamo era un lujo que no teníamos todos). Tomó por un camino distinto al que cogía siempre para volver, que era mucho más largo y creía que por éste llegaría antes. La luz de la Luna le iluminaba los pasos.
Por el camino pasó por delante de una casa. Una casa pequeña, con un porche que tenía una luz encendida. Una vieja estaba barriendo el porche y dos grandes perros estaban tumbados en el suelo. Mientras pasaba por delante de la casa la vieja paró de barrer, miró a Luis y le dijo «Vas tarde a casa. ¿Has sido un chico bueno?» . Mi amigo hizo como si no la hubiera escuchado y aceleró el paso. Miraba de frente, pero vigilaba de reojo a los perros, que le estaban siguiendo con la mirada. Cuando creyó que ya no le podía ver empezó a correr y no paró hasta llegar a casa.
En casa le contó a su padre que había visto una casa con una vieja por aquel camino. Su padre se extrañó mucho, ya que él llevaba los papeles de un terrateniente del pueblo que era propietario de aquellas tierras y, según sabía él, por allí no vivía nadie. Le dijo a Luis que al día siguiente se iba a acercar a ver quien vivía allí.
Luis me dijo que desde ese día su padre no era el mismo. No bromeaba. No comentaba las cosas que le habían pasado en el trabajo. Miraba como si mirase al vacío. No jugaba con él. Ni siquiera le preguntaba si había hecho los deberes. Solamente le preguntó una vez si había sido un chico bueno. Esto le asustó un poco a Luis.
Una tarde escuchó en el dormitorio de sus padres una discusión en la que su madre acusaba a su padre de ser otra persona: «¿Quién eres? ¿Dónde está mi marido?» y su padre la decía con voz tenue «has sido una chica muy mala y eso vamos a arreglarlo» y se lo repetía una y otra vez. Luis se escondió en la alacena cuando sus padres salieron del dormitorio y se fueron de la casa dando un portazo. Corrió a la ventana y desde allí vio que su padre colocaba a su madre en el asiento derecho del coche. Su padre la manejaba como si fuera un muñeco de trapo.
Cuando, más tarde, llegó su hermano mayor oliendo a alcohol, le contó lo que había pasado. El hermano mayor tenía ya dieciséis años, pero su madre siempre le decía que no se juntara con aquellos chavales, que estaba haciendo que se volviera un chico malo. El hermano no le dio mayor importancia, le comentó que no era la primera vez que se peleaban, aunque hacía mucho que eso no pasaba.
Cuando volvieron sus padres su hermano ya estaba durmiendo la mona, y él se acostó y simuló que dormía.
Al día siguiente su madre se comportaba de la misma manera que su padre. Entonces volvió a hablarle de eso al hermano. Le ignoró totalmente, pero por la tarde discutió con su padre sobre dinero, porque no le había dado nada y quería irse con sus amigotes. Su padre le dijo que no había sido un chico bueno y que tenía que llevarle a un sitio para que aprendiera a comportarse, que después le daría dinero. Luis sabía a donde le iba a llevar.
Salió de casa, y se fue corriendo hasta donde estaba la casa de la vieja. Cuando llegó, el coche de su padre estaba aparcado en la puerta. Se acercó con mucho cuidado y se asomó por la ventana. Vio que su hermano estaba atado encima de una mesa. Vio a la vieja que se había convertido en una bruja y le estaba forzando a beber algún brebaje. Su hermano empezó a gritar como un poseso mientras su padre estaba sujetándolo por los hombros, pero su mirada tenía una expresión neutra, como si nada de eso tuviera mayor importancia. La vieja puso sus manos en el pecho del hermano de Luis y tiró hacia atrás. Empezó a salir por el pecho una forma iluminada. Según salía, más gritaba el hermano. Lo que sacó la vieja era una esfera que brillaba con luz propia. Luis creyó que era el alma de su hermano. La vieja lanzó la esfera al suelo y los perros devoraron con ansia el alma de Luis. En ese momento, el hermano de Luis dejó de gritar. Luis se asustó tanto que se fue corriendo de allí, no sabía a donde ir. Solamente se le ocurrió ir a mi casa, a buscarme y me contó todo esto.
Esa noche se quedó a dormir en mi casa, aunque ninguno de los dos pudimos pegar ojo. Hacía poco tiempo había visto la película Poltergeist y me creí todo lo que me contó a pies juntillas.
Al día siguiente fuimos con las bicicletas a ver la casa de la vieja. Pero cuando llegamos lo que encontramos fue una casa medio derruida, con la puerta en el suelo y los cristales de las ventanas rotos. Se veía que allí no vivía nadie desde hacía mucho tiempo.
- ¿Seguro que es aquí?- Le pregunté dudando de él. Ya estaba empezando a sospechar algo raro.
- Sí, sí. Aquí es, seguro.- contestó convencido.
- Pues me has estado tomando el pelo. ¡Ya estoy harto de tus bromas!.- le contesté enfadado.
Me fui a mi casa. La broma había sido muy grande. No volví a hablarle jamás, ya había tenido suficiente. Yo era el objetivo de muchas de sus bromas y ésta fue la que hizo rebosar el vaso.
Días después nos mudamos de pueblo, y no volví a ver a Luis ni a su familia durante mucho tiempo.
...
La persona con quien estuve hablando era la madre de Luis. Me había reconocido en la estación de tren. Me saludó y me contó que Luis vivía bien, que tenía trabajo y un matrimonio feliz con dos niños.Fue una conversación muy normal. Pero lo que me asustó fue que me dijo literalmente «Sí, ha sido un buen chico». Y me preguntó después:
- ¿Y tú? ¿Has sido un buen chico?
FIN
Fernando Santana de la Oliva
Octubre de 2011

1 comentario:

  1. FERNANDO ME HA ENCANTADO TU CUENTITO. ESTAS PREDESTINADO A SER IMPORTANTE EN LAS LETRAS. BIS MITWOCH. AJB

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