martes, 23 de agosto de 2011

El ruido del motor de la nevera de los congelados (de los congelados del supermercado)

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El ruido del motor de la nevera de los congelados (de los congelados del supermercado) by Fernando Santana de la Oliva is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported License.

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El ruido que hacía el motor de la nevera de los congelados acompañaba el lento paso del tiempo. La noche en el supermercado solía ser tranquila. No ocurría nada extraordinario.
Los paquetes de ensaladilla se iban acomodando. Los ladrillos de espinacas contaban las vitaminas que tenían. Mientras las botellas de vino se giraban para que no se estropeara su preciado líquido y las harinas se compactaban en sus envoltorios de papel.
Al ruido de los pasos del vigilante, le acompañaba un sordo rumor que provenía de las mercancías que estaban expuestas. Si se acercaba el oído lo suficiente podía escucharse...
-Te veo un poco más ácido que de costumbre.- comentaba el aceite de oliva al vinagre.
-Hoy me siento en forma.- decía la lecha desnatada.
-Pues yo me encuentro lleno de energía.- afirmaba alegremente el paquete de cereales para el desayuno.
-¡Shhhhhh!- mandaba a callar el desodorante en spray.

En medio de un pasillo, junto a la nevera de los congelados, había una pirámide de botes de leche en polvo. Estaba construida de forma imponente, pero, de tal manera que los clientes del supermercado sólo podían coger los botes que estaban en la parte de arriba, ya que si cogían un de los botes de la parte de abajo, ésta se derrumbaría. Pero uno de los botes de la base de la pirámide había sufrido un golpe durante el transporte hasta el supermercado, y nadie se había fijado en el agujero que tenía, ni que había perdido buena parte de su contenido y que estaba casi vacío.
La estructura del bote empezó a ceder por el peso de la pirámide.
Un crujido se oyó.
Todo el mundo se calló
… y de repente...
Un estruendo sonó.
Toda la pirámide se derrumbó. Algunos botes se abrieron por el golpe, otros estaban rodando por el pasillo, y uno fue girando y girando hasta donde estaba el interruptor de la nevera de los congelados.
Y la apagó. Y el ruido del motor de la nevera de los congelados cesó.
Los pasos del vigilante se dirigieron al pasillo.
-¡Qué desastre!- exclamó al ver lo que había ocurrido. Contempló durante un momento los restos de la pirámide.
-Uhm. Creo que ahora no se puede hacer nada, mejor lo apunto para ver que se hará mañana por la mañana.- Comentaba mientras se rascaba la cabeza. Se giró y continuó su ronda sin percatarse de que la nevera de los congelados estaba silenciosa.
Al rato, el sordo rumor continuó en todo el supermercado, pero dentro de la nevera de los congelados, este rumor estaba aumentando debido a la preocupación por la subida de la temperatura.
-¡Estoy perdiendo las vitaminas!- decía asustada la menestra.
-¡Nos derretimos!- se alarmaban los helados.
-Se me está fundiendo el queso.- se lamentaba la pizza margarita, y las croquetas se preocupaban porque se les escapaba la bechamel.
El murmullo disimulaba la ausencia del zumbido del motor de la nevera y el vigilante no advertía lo que ocurría.
-Alguien debería hacer algo.- afirmó sabiamente un paquete de patatas fritas.
-Sí, habría que hacer algo.- apoyó enérgicamente el papel higiénico.
-Yo no me puedo mover.- se lamentaba un paquete de lentejas.
-Yo no puedo tocar el suelo, me contaminaría.- decía una manzana.
Y así todos tenían una escusa para no hacer nada.
Pero una botellita de cava, que no se pudo vender las pasadas navidades, vio que ningún artículo realmente tenía intención de “hacer algo”. La botellita llevaba bastante tiempo para saber que los artículos sólo deseaban estar en perfectas condiciones para los clientes, por lo que no harían nada que les perjudicara. Las tragedias que se daban cuando los productos caducaban, afectaban muy poco a los demás.
La botellita tomó una decisión. Ella sabía que no tenía muchas posibilidades de ser vendida, pero sí sabía que podía hacer algo para que no se estropearan los productos congelados. Así que, se acercó al borde de la estantería, se inclinó y se dejó caer al suelo.
El golpe rajó un poco el cristal de la botellita. Ésta comenzó a girar dirigiéndose a la nevera de los congelados, esquivando los botes que se habían caído. Los demás productos del supermercado, al ver lo que estaba haciendo la botellita, se fueron callando.
… y empezaron a animarla:
-¡Gira!,¡gira!,¡gira!....
Y llegó adonde estaba el interruptor de la nevera, pero desgraciadamente no alcanzaba a tocarlo, porque era pequeñita.
-¡Ooooohh!- Se escuchó por todo el supermercado, y empezaron a perder la esperanza. Los productos de la nevera empezaron a llorar produciendo escarcha. Pero ellos no sabían que la botellita aún tenía un as en la manga.
Los artículos empezaron a comentar entre ellos que había sido inútil el sacrificio de la botellita, que si había sido una estúpida haciendo esto. Que el problema no tenía remedio...
De repente, la botellita empezó a temblar. Aparecieron burbujas, muchas burbujas, muchas muchas burbujas... hasta que...
¡¡PON!!
Se descorchó.
… y todos se callaron por el susto.
El sonido alertó al vigilante que llegó raudo y veloz al lugar donde se estaba vaciando la botellita. Se agachó y la cogió sorprendido, preguntándose como habría llegado hasta allí. Entonces, debido al silencio, se dio cuenta de que faltaba el ruido del motor de la nevera de los congelados, ese que le acompañaba todas las noches. Volvió a mirar adonde estaba derramado el cava y advirtió que el interruptor de la nevera estaba apagado. No tardó en encenderlo.
-Si no llega a saltar el corcho de esta botella, no me doy cuenta de que la nevera de los congelados estaba apagada.- comentaba para sí mismo mientras caminaba hacia una papelera a deshacerse de la botellita.
El murmullo de los artículos del supermercado regresó. Los productos comentaban lo acertada que era la observación del vigilante. Los congelados se recuperaron y lo celebraron produciendo más escarcha.
La botellita, que no se abrió en una celebración, lo hizo por algo que, para ella, sí era un motivo para descorchar un botella de cava. Ésta descansaba feliz al fondo de una papelera, mientras el ruido del motor de la nevera de los congelados acompañaba el lento paso del tiempo.
Fin
Fernando Santana de la Oliva
Agosto de 2011
Revisado en marzo de 2012.

4 comentarios:

  1. ME HA GUSTADO MUCHISIMO, ERES UN GRAN ESCRITOR, SIGUE ASÍ Y CONSEGUIRÁS SER COMO SARAMAGO... ÁNIMO...

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  2. Me hubiera gustado que al final el vigilante se tomara la botella, ya que estaba abierta...
    Esta muy chula, me imagino el ruido con toda la comida hablando entre ella, y que grima ^^U

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    Respuestas
    1. No me imaginé al vigilante agachándose a recoger una botella medio vacía de cava. Tal vez sea porque no me gusta mucho, prefiero la cerveza.
      un saludo

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  3. gustome el texto, apesadumbrado me hallo por la perdida de la botella que sacrifico sus gases por el bien de la ingrata comunidad.....que desperdicio de burbujas, como la vida misma compañero

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